Hoy en día los sistemas sanitarios están inmersos en un mar de datos: historias clínicas e información genética de pacientes, resultados de ensayos clínicos, sensores que monitorizan parámetros biométricos, apps de salud… El volumen de los mismos es sorprendente, basta con pensar que sólo el genoma de una persona ocupa del orden de 3GB. Gran parte de estos datos son desestructurados (radiografías, resonancias magnéticas, mensajes de Twitter…) y
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